831. Hay quienes vivían según sus inclinaciones, se ocupaban sólo de sí mismos y del mundo, y ponían toda la vida y el placer de la vida en el decoro externo, con lo cual eran más estimados que los demás en la sociedad civil. Así, por actos y hábitos, adquirieron la habilidad de poder insinuarse en las codicias e voluptuosidades de los demás, simulando honestidad, pero con fines de dominación. De ahí que su vida se volviera simulada y engañosa. Semejantemente como los otros, asistían a las iglesias, pero sin otro propósito que el de parecer honestos y piadosos. Y, además, estaban privados de conciencia, inclinados al escándalo y al adulterio en cuanto podían disimular. En la otra vida, éstos piensan igual; no saben lo que es la conciencia y se ríen de los que nombran la conciencia. Se introducen en cualquier afecto ajeno, simulando lo honesto, piadoso, misericordioso e inocente, cosas que para ellos son medios de engaño. Y, cada vez que se les quitan las ataduras exteriores, se precipitan en las cosas más celadas y obscenas.
[2] Estas son las que, en la otra vida, se convierten en magas o hechiceras, entre las cuales algunas son llamadas sirenas. Allí se apoderan de artes desconocidas en el mundo. Son como esponjas que absorben artificios indignos, y por tal genio los ejercen fácilmente. Los artificios desconocidos en el mundo, que aprenden allí, son el de poder hablar como si estuvieran en otro lugar, de modo que su voz se oiga como si fuera de espíritus buenos que hablan desde otro lugar; el de poder estar con muchos casi al mismo tiempo, persuadiendo así a los demás de que están en muchos lugares; el de hablar con muchos al mismo tiempo y en varios lugares al mismo tiempo; el de poder desviar las cosas que influyen en los espíritus buenos, incluso las que proceden de los espíritus angélicos, y pervertirlas luego en su favor de diversas maneras; pueden inducir la semejanza en los otros por ideas que captan y moldean; pueden inspirar en cualquiera afecto hacia ellos insinuándose en el estado de afecto de los otros; pueden desaparecer repentinamente de la vista de los otros y escapar sin ser vistos; pueden representar ante los Espíritus una llama blanca alrededor de sus cabezas, y esto ante muchos, lo que es un signo angélico; pueden simular la inocencia de diversas maneras, hasta representando niños a quienes besan. También inspiran a otros, a los que odian, para que los maten, porque saben que no pueden morir, y entonces los acusan de asesinos y hacen publicidad de ello.
[3] Excitaban de la memoria todo lo malo que yo pensé y practiqué, y esto muy hábilmente. Como yo estaba durmiendo, hablaban a otros como si fuera yo, de modo que los espíritus eran persuadidos, e incluso cosas falsas y obscenas, además de muchas otras cosas. Su naturaleza es tan persuasiva que no se percibe nada de lo que se pueda dudar; por eso sus ideas no se comunican, como las de los otros espíritus. Tienen ojos como los de las serpientes, según se dice, teniendo la vista y la idea presentes en todas partes. Estas hechiceras o sirenas son severamente castigadas, unas en la Gehena, otras en una especie de curia, otras entre serpientes, otras por laceraciones y choques diversos, con el máximo dolor y tormento. Con el tiempo se disocian y se convierten en esqueletos, de la cabeza a los pies. La continuación sigue al final del capítulo.


